miércoles, 26 de septiembre de 2012

Amanecer en la Isla

Por Yordanis Ricardo Pupo

Amanece en el oriente de Cuba. Siento las alarmas de los pocos que trabajan en el barrio, el cantío de los gallos, el aroma del café de la vecina que aun no se acostumbra a su jubilación ni a la ciudad.

Dentro de un rato Pinocho saldrá a volar las palomas, los mellizos para la Secundaria, la loca de la esquina se sentará en el césped a coger sol, los Testigos de Jehová irán a proclamar la obra, y los que estuvieron de guardia regresarán a casa, a dormir, o a cuidar los hijos.

Comienza la rutina de un día normal en este barrio sin acueductos ni alcantarillados ni calles asfaltadas, donde sin embargo, nada parece apagar la alegría de sus habitantes, que saludan constantemente, piden una “monja” o un “pescao” cuando se les acaba la plata que inventaron ayer y, a veces, hasta un short o un pulóver para ir al parqueo del estadio.

Aun es temprano para que pasen los vendedores de pasteles, pan, coquitos acaramelados, flores, viandas, frutas, ensaladas… y hasta escobas y trapeadores –los lecheros han desaparecido-, llegarán más tarde, cuando todos estén levantados, barriendo los portales o conversando con los vecinos.

Amanece en el oriente de Cuba, y como cada día, comienza también mi rutina, en esta isla que se me antoja inmensa.