miércoles, 26 de septiembre de 2012

Amanecer en la Isla

Por Yordanis Ricardo Pupo

Amanece en el oriente de Cuba. Siento las alarmas de los pocos que trabajan en el barrio, el cantío de los gallos, el aroma del café de la vecina que aun no se acostumbra a su jubilación ni a la ciudad.

Dentro de un rato Pinocho saldrá a volar las palomas, los mellizos para la Secundaria, la loca de la esquina se sentará en el césped a coger sol, los Testigos de Jehová irán a proclamar la obra, y los que estuvieron de guardia regresarán a casa, a dormir, o a cuidar los hijos.

Comienza la rutina de un día normal en este barrio sin acueductos ni alcantarillados ni calles asfaltadas, donde sin embargo, nada parece apagar la alegría de sus habitantes, que saludan constantemente, piden una “monja” o un “pescao” cuando se les acaba la plata que inventaron ayer y, a veces, hasta un short o un pulóver para ir al parqueo del estadio.

Aun es temprano para que pasen los vendedores de pasteles, pan, coquitos acaramelados, flores, viandas, frutas, ensaladas… y hasta escobas y trapeadores –los lecheros han desaparecido-, llegarán más tarde, cuando todos estén levantados, barriendo los portales o conversando con los vecinos.

Amanece en el oriente de Cuba, y como cada día, comienza también mi rutina, en esta isla que se me antoja inmensa.

martes, 31 de julio de 2012

Bienvenidos a LA ZANJA CUBANA

Por Yordanis Ricardo Pupo 

En Cuba, la zanja separa, escinde y divide espacios suburbanos. En suertes y desgracias sus surcos conectan casas y vecinos; reflejan nuestra sociedad. La zanja termina pareciéndose a los seres que habitan los suburbios y sigue infaliblemente atada a sus destinos.

Hace seis años me mudé a un barrio periférico de la ciudad de Holguín, en el oriente de la isla. Como la mayoría de nuestras comunidades, la mía también es un poco barroca y sus personajes viven su cotidianidad entre carencias que no apagan la alegría natural del cubano. 
 
Aunque la zona comenzó a urbanizarse en la primera mitad del siglo XX, en la mayoría de las calles faltan acueductos y alcantarillados. Los teléfonos siguen siendo pocos y, cuando llueve, el riachuelo cercano sube hasta los portales y entra sin permiso hasta donde desea. 
 
En los barrios suburbanos como este, las zanjas serpentean entre las calles sin asfaltar, permiten la circulación de las aguas pluviales y son la mejor salida a los desechos hogareños. 
 
Dependiendo de su origen, las zanjas son en colores: roja la del matapuerco, variopinta la de la peluquera, blanca después del baño de la tarde, verde (con hierbas y polvos flotando) la del santero y, cuando las lluvias escasean, oscuras y musgosas. 
 
Durante mucho tiempo la zanja que pasa por delante de mi casa fue de cemento y corría feliz hacía uno de mis laterales –donde desembocan las del resto de mis vecinos y desde allí corre hasta el río. 
 
Pero el tiempo lo destruye todo, como también destruyó la vida de la señora Testigo de Jehová que habita a mi derecha: su esposo y su hijo se fueron del país ilegalmente y la dejaron sola con su Cristo Redentor y una amargura que nos arruina la existencia. 
 
Desde entonces no cesan las discusiones vecinales porque ella ni limpia ni deja que se limpie la zanja, provocando que aguas negras circulen en sentido contrario, manchando mi inmaculado frente y dándole a esa cavidad una importancia que antes no tenía.

Actualmente mi vida está tan marcada por esa ZANJA –hasta he tenido que vérmelas con inspectores del Gobierno-, que he dejado a un lado mi blog LA ISLA DE LOS HOMBRES SOLOS para comenzar este, donde intentaré acercarles a la vida del cubano de los suburbios. 
 
Bienvenidos a LA ZANJA CUBANA. 

Espero no le desagraden estos retratos.